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SARA

 

Cuando el sacerdote sostuvo a Sara desnuda presentándola al altar del Dios de la eternidad en la catedral en ruinas un débil rayo de luz iluminó el rostro de la niña, filtrado por una de las grandes cristaleras policromadas. Una carcajada de la criatura rompió el silencio y se oyó desde donde estaban los asistentes una exclamación sofocada, seguida de un murmullo... sin duda, aquel signo señalaba que el alma de esa criatura era reclamada por los moradores de la luz.

 

El rito había inquietado a los presentes. Aquellos símbolos que en otro tiempo tuvieran un significado de esperanza habían quedado relegados al olvido hacía ya más de tres décadas, tras el momento de la tribulación, cuando la humanidad tuvo que enfrentarse a su destino. Con los recursos del planeta prácticamente devastados y un horizonte con una esperanza de vida no superior a los 40 años, las frases de esperanza del rito de iniciación que los asistentes recitaban a la vez que el sacerdote, sonaban vacías. Los ademanes, mezcla de las diferentes religiones antiguas eran una mera representación: "el incienso para limpiar el alma... el trigo para saciar el cuerpo... que el agua del manantial conforte su sed de sabiduría y colme de bondad tus pensamientos..."

 

Una epidemia había condenado a la humanidad. Algunos dicen que fue el mismo hombre quien firmó su propia sentencia. Fue el hombre quien maldijo a su propia raza: jugó a ser Dios y manipuló la esencia de las plantas para hacerlas crecer más rápido y dar fruto más abundante. El mismo genoma infectado de las plantas pasó al hombre, condenándole a un precipitado destino fatal. Las resistentes plantas modificadas infectaron a su vez a otras plantas desarrollando la misma virtud y la misma maldición. Germinar, florecer, dar fruto y morir en pocos días... en su desesperación los mismos científicos que habían provocado el problema impusieron la solución... provocar una nube que arrasaría la faz de la tierra, donde por décadas nada pudiera crecer, relegando al hombre a las entrañas de la tierra, viviendo en un entorno controlado por máquinas, hasta el momento en que pudiera volver a conquistar la superficie. El hombre, desde el momento en que nacía se precipitaba hacia su destino.

 

Los superordenadores del momento contemplaron variables, índices, poblaciones, muestras para intentar hallar una cura sin éxito. Únicamente, un remoto acontecimiento en la combinación genética de un individuo podría ofrecer una salvación para la humanidad entera. Era tan remota la posibilidad, que pasó a conocerse como "el milagro". Tan sólo unos pocos científicos creían ya que tal posibilidad pudiera llegar a ser posible y se les conocía como "los creyentes" dedicando su vida a buscar a ese "salvador de la humanidad".

 

Las patrullas no eran frecuentes, ya que nadie quería exponerse a una reinfección en la superficie que acelerara todavía más el proceso, pero los ritos antiguos no tenían cabida en las profundidades. El riesgo era algo con lo que habían aprendido a convivir.

 

Confundido entre las sombras de la iglesia se hallaba un joven alto y delgado, ataviado con una túnica de color marrón que le tapaba la cabeza con una capucha. Miraba fíjamente la escena cuando un destello proveniente de la puerta seguida de una explosión le hizo girar la cabeza. 

 

Un batallón de drones, con forma humanoide comenzaron a acceder al interior desde la puerta y irrumpiendo con aerodeslizadores descendían también destrozando las delicadas ventanas. En la confusión el sacerdote se agachó ágilmente para dejar a la criatura a los pies del altar y recuperó su pose llevándose las manos a la nuca.

 

- Se les informa que han cometido una violación de la ley por acceso no autorizado a la superficie... (roncó una de aquellas máquinas). Se hayan en una zona de exclusión y deberán acompañarnos para ser desinfectados.

 

El cuerpo del sacerdote se tensó y descubrió un arma de gran calibre entre sus manos. Sólo una frase salió de su boca... "al infierno!"... dicho lo cual disparó certeras ráfagas que alcanzaron los drones que estaban más cerca del altar, derribándolos.

 

El joven encapuchado se había escabullido en el desconcierto y había conseguido situarse al lado del sacerdote. Cuando éste comenzó a disparar, se dejó caer al lado de la niña y arrastrándose buscó refugio para los dos detrás de lo que parecía una tumba. No le fue difícil romper lo que parecía una reja para acceder a su interior y descubrió unas escaleras que se adentraban en las entrañas de la iglesia.

 

Miró a los ojos de la niña que a todo esto no había dicho ni mu y le dijo:

 

- Nos vamos de aquí, preciosa.

 

 

 

Written by Wataru Freeman

 

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